He localizado hoy, dadndo de alta una nueva entrada, este borrador de algo que escribí hace casi dos años. Aprovecho ahora para publicarlo.
Es curioso que pese al interés que tengo en venir aqui, cada vez me resulta más complicado disponer del tiempo necesario para escribir con calma, como me gusta, para transmitir no solo los sucesos sino más bien las sensaciones, los aspectos que hacen que la vida sea no monótona y rutinaria, sino viva, alegre y con sustancia.
Hoy quiero dedicarme a hablar del viaje que acabamos de realizar por la Toscana italiana, con un paso final por Timisoara, en Rumanía que, siendo en principio el «leit motiv» del viaje al final resultó ser solo una pasada por la ciudad para ver al hijo de Elena y Rafa y degustar algunos platos de aquel pais.
Fueron días agradables como no podía ser de otra forma, ya que la compatibilidad que Ipi y yo tenemos con Elena y Rafa hace que los ratos que pasamos juntos, ya sea en Coruña, en una playa, o en cualquier circunstancia sean siempre momentos de placidez, de disfrute de las buenas cosas que la vida nos presenta, y en esos momentos salen a relucir nuestras mejores habilidades, nuestra ironía y siempre el cariño mutuo que entre todos nos profesamos, naturalmente dentro del máximo respeto. Es una suerte contar con personas al lado como ellos con los que la vida se hace una balsa de aceite.
Y sobre el viaje en sí mismo, salimos de Coruña con la determinación de disfrutarlo pese a las negativas perspectivas en lo que al tiempo se refiere, ya que las previsiones anunciaban agua abundante durante los cuatro días que pasaríamos por la zona de la Toscana. Salimos hasta con paraguas de casa, algo que yo no recuerdo hacer antes en un viaje del que partes en avión. Y lo cierto es que lo utilizamos con holgura.
Tras una escala en Barcelona, antes de las 12 de la mañana del miércoles 20 estábamos en Bolonia,
peleando con la gente del alquiler de coches para recoger el Volvo que nos reservaron. Y ya en la carretera, agua a reventar hasta llegar a Lucca, nuestra primera parada dentro del recorrido que entre Ipi y Elena habían preparado. Hay que reseñar que las chicas se lo curran de verdad y tanto Rafa como yo vamos «a mesa puesta» y celebramos siempre sus buenas elecciones. En esto, como dice alguno somos unos «mandilones» pero mandilones agradecidos. Lucca resultó ser una ciedad bonita, pero sin pasarse. Tuvimos la suerte de que tras la lluvia que soportamos en el trayecto por carretera, al llegar a destino lució el sol y no tuvimos necesidad de usar el paraguas. Como no todo sale bien al 100 %, nuestra primera elección para comer, siguiendo las recomendaciones del Tripadvisor, resultó fallida, ya que el restaurante elegido cerraba justo ese día. Así que nos quedamos en el contiguo, pero no por estar pegados se le pegó la calidad, ya que nuestras primeras pizzas italianas no son para recordar enmarcando el momento. Sin comer mal, no nos dejo un recuerdo imborrable, desde luego.
Una de las particularidades de este viaje era que salimos con un rumbo premeditado en cuanto al recorrido a realizar por la Toscana, pero sin reservas para dormir, confiando en nuestra buena estrella a la hora de llegar a los sitios donde nos apeteciera hacer noche y encontrar siempre una casa rural (Agriturismo o Bed and Breakfast en la jerga italiana para el caso). Y el resultado global ha sido excelente, si bien para la primera noche tuvimos más búsqueda que la inicialmente esperada. La primera elegida, preciosa, estaba completa.
De allí nos enviaron a otra que habría sido encantadora si encontrásemos a los dueños, ya que estaba cerrada. Una tercera, aceptable en cuanto a la presentación resultaba excesivamente cara, y en este caso Ipi nos hizo tomar conciencia y rechazarla. Finalmente, tras unas cuantas vueltas encontramos un lugar apetecible, cómodo, bien situado y con precio ajustado. Lo malo fué que con los recorridos se nos hizo tarde y casi nos quedamos sin cenar. Afortunadamente llegamos al lugar adecuado en el momento justo y pudimos degustar una variedad de platos de buen nivel y con precios razonables en el centro de Volterra, a donde habíamos llegado tras pasar por Lucca, hacer un montón de fotos a la torre inclinada de Pisa, y continuar hasta el lugar donde nos alojamos.
Ala mañana siguiente pudimos disfrutar, también con sol y temperatura aceptable, de las callejas y plazas de Volterra, localidad que yo no conocía de mi anterior viaje, y que me gustó. Pueblo bien cuidado, con mucho turista y facil de caminar ya que no hay excesivas cuestas ni desniveles. Y de Volterra, a San Gimignano a donde llegamos con la idea de ver el mercado en el cual, según las guias, se comercializa el azafrán, producto de la zona. Pero el mercado resultó ser un mercadillo ambulante que copaba las plazas principales de la localidad, con lo cual nos impedía ver los maravillosos edificios, plazas y callejas. Hubimos de conformarnos inicialmente con un pequeño recorrido por la zona más alejada del centro, y aprovechar para comer hasta que terminase la hora del mercadillo. Por suerte, el agua también aqui nos respetó y tras la comida pudimos verificar lo especial de este lugar, hacer fotos en cantidad y, como no, tomar un helado de los más nombrados en las guias en la «gelatería» más significada del lugar. Y como el destino final para esa jornada era Siena, antes de llegar alli hicimos una
pasada por Montalcino, otro lugar recomendado. Y para hacer noche, ya con la experiencia acumulada del día anterior, comenzamos la búsqueda más temprano a medida que nos íbamos aproximando a Siena. No fué posible en el primer lugar elegido, que estaba semicompleto (y los dueños no tenían ganas de ponerse a preparar otras nuevas habitaciones), pero en el segundo intento acertamos, y además muy bien, a escasos kilómetros de Siena y en un entorno precioso, con unas habitaciones también muy buenas y precio asequible.
Para que la jornada fuese completa, tras la cena en un bonito restaurante, hicimos una incursión en la Piazza del Campo, y al querer regresar a buscar el coche nos falló el «gps» (léase la orientación de Rafa y la mía) y anduvimos en sentido contrario durante bastante rato hasta que un bondadoso italiano que nos vió cara de pardillos despistados nos orientó adecuadamente, teniendo que desandar más de un kilómetro para llegar al coche, y previa parada a desaguar de una de las chicas que entre el cachondeo y lo larga de la jornada, no llegaba indemne a la habitación. Fué otra anécdota de esa larga jornada.
El tercer día amaneció lloviendo en cantidad, cumpliendose las previsiones, y la visita matinal a la catedral de Siena (Il Duomo) y a la Piazza del Campo estuvieron pasadas por agua. Con lo cual tomamos rumbo a la comarca del Chianti, para visitar Greve, Radda y Castellina,
localidades de la zona donde se cultivan los vinos tal vez mas conocidos de Italia y de forma especial de la Toscana. Son pueblos interesantes, con algunas particularidades, muy cuidados y que mereció la pena visitar. Continuamos la marcha hasta Montepulciano, un sitio precioso pero con unos desniveles muy considerables que hubimos de salvar para llegar hasta la plaza principal del lugar, en todo lo alto y con unas excelentes vistas sobre los valles circundantes. Hay que reseñar que todo el recorrido por la Toscana ha sido de una belleza singular, con lugares muy cuidados, construcciones bien mantenidas y hermosos campos, muchos cipreses, y que en todo momento te hacen quedar con ganas de más recorrido, de más tiempo para disfrutar de toda esa belleza y a ser posible, también con tiempo más soleado y agradable en cuanto a la temperatura. Y en la línea de los días anteriores, antes de partir hasta el punto donde preveíamos dormir (Cortona), hicimos una parada en un bar donde un amable camarero en animada charla, nos evitó el recorrido de búsqueda de agriturismo, ya que allí mismo, a través de la familia de un amigo, concretamos el alojamiento, a medio camino entre Montepulciano y Cortona. Y como bajo el bar había una bodega-restaurante, allí mismo degustamos una exquisita cena antes de terminar durmiendo en Labendita, que asi se llamaba la casa rural. Preciosa, por cierto, y con una posadera muy agradable, que nos dió pistas sobre lo mas interesante a visitar en la siguiente jornada.
Y asi llegamos a la cuarta y última jornada italiana, visitando Cortona tras el desayuno. Es un pueblo con enormes desniveles, que visitamos y recorrimos pese a la abundante lluvia, puesto que al igual que en la jornada anterior, llovió con insistencia durante casi toda la jornada. En Cortona también había mercadillo, pero más concentrado en una de las plazas por lo que pudimos visitar un montón de iglesias, incluida la catedral, antes de continuar viaje hasta Arezzo, a donde llegamos justo para comer. En este caso la comida fué la mejor de todo el recorrido. En plena Piazza Grande, en unos soportales y al aire libre, degustamos un montón de exquisiteces, rematadas por unos postres deliciosos y en un ambiente de lo más relajado y distendido, pese a que inicialmente el maître parecía un tanto seco. Nos obsequiaron con variado surtido de aperitivos y dulces al postre. Y terminada la comida, ya sin lluvia, pudimos recorrer la ciudad con relativa calma ya que sería nuestro último paseo antes de tomar el avión en Bolonia para llegar a dormir a Timisoara.
En conjunto el viaje toscano ha sido encantador, corto en cuanto al tiempo ya que para ver las cosas con un poco más de calma hace falta cuando menos una semana. En el alojamiento de la primera noche coincidimos con tres personas de Valencia que tenían aquel lugar como base y durante una semana se estaban moviendo por toda la Toscana, y estaban encantados de lo que descubrían cada día.
Ya en Timisoara, os limitamos a un pequeño recorrido por la ciudad con Nano, el hijo mayor
de Elena y Rafa que está de Erasmus, disfrutando de lo lindo, viajando por buena parte de Europa, y con unas perspectivas inmejorables de cara a los resultados académicos. En resúmen, un «chollo». Hicimos la comida en uno de los buenos restaurantes de la ciudad, al aire libre (la temperatura era buena, aunque luego llovió y relampagueó de lolindo), comida que fué lentísima ya que entre los primros y segundos platos transcurrió mas de una hora. Con un pequeño descanso en el hotel, conocimos a la novia de Nano (Andrea, que comparte Erasmus también alli, aunque es santiaguesa), y terminamos la jornada cenando en un restaurante italiano muy bonito que finalmente no dió la talla en la calidad de la comida, aunque tal vez veníamos muy influenciados por las excelentes comidas que pudimos degustar como norma en Italia.