Hoy voy a empezar a escribir sobre los viajes realizados en diferentes épocas, viajes que me han dejado un recuerdo importante y que periódicamente vienen a la memoria con motivo de escuchar una noticia, de comentar una situación o de recordar a una persona determinada. Y lo hago porque estoy seguro que dentro de unos años mi memoria no será igual y que este blog me servirá de «disco duro» para poder rememorar, si fuese preciso, alguno o algunos de aquellos acontecimientos.
Y para empezar, evidentemente me remito al año 1967 que fué mi primer viaje importante, cuando mis amigos franceses (Yves y Christine) me invitaron a visitarles
en su casa de Paris durante el mes de julio de aquel año. Yo por entonces había terminado mis estudios de preuniversitario y desde un año atrás tenía aprobado el examen de ingreso en el Banco Hispano Americano, sin fecha concreta de comienzo a trabajar. A Cris la había conocido años atrás, en un verano en Santa Cruz, y
desde entonces nos escribíamos durante el invierno, con lo cual yo practicaba mi francés y ella el español. Por cierto, mi primera foto con ella, al día siguiente de haberla conocido, fué un tanto fallida ya que era la última de un carrete y yo salí velado, con lo cual me quedé con las ganas de presumir de amiga francesa entre mis amigos coruñeses. Fué hecha con una máquina de fotos antiquísima, que mi padre tenía y que operaba con «carretes de 6 x 9 de pase ancho» (así es como había que pedirlos cuando se compraban). Queda aqui como recuerdo esa foto de Cris y otra que ella me mandó desde Francia con su hermano Yves.
El viaje comenzó en Santiago, a donde mis padres me llevaron desde Santa Cruz ya que estábamos allí pasando el verano. Y empezó en Santiago porque se trataba de un viaje en el bus de la empresa Anpian, de Ourense, que hacía el trayecto hasta Paris en un recorrido de más de 30 horas de duración. De modo que empecé en Santiago un día sobre las 3 de la tarde y llegué a Paris al día siguiente cerca de las 10 de la noche. Era mi primer viaje importante y además solo porque con anterioridad solo en 1963 había viajado a Madrid con mis padres y en ese mismo año 1967 había ido con los compañeros de estudios en un viaje de fin de curso a Valencia y Barcelona.
Ya en Paris, durante aproximadamente dos semanas mis amigos (Yves, dos años menos que yo y Cris, 4 años menos) me pasearon por la ciudad visitando parques, calles, mercados, etc. Para las visitas de mayor enjundia, ibamos con sus padres lógicamente, pero durante las mañanas nosotros recorríamos Paris con total tranquilidad y libertad. De aquella estancia me quedan recuerdos importantísimos, ya que recorrimos todos los lugares y monumentos «imprescindibles» de la ciudad, y también me llevaron a conocer algunos lugares de los alrededores, como Versalles y su impresionante palacio y jardines. Durante uno de esos paseos por las calles de la capital francesa, en concreto el día 10 de julio,
fué la compra del disco
de los Beatles que acababa de publicarse, Sgt. Peppers, que guardo desde entonces como una de las joyas de mi discoteca. La fecha no es que la recuerde, sino que figura en el propio disco, del que dejo aqui constancia gráfica, hoy ya bastante deteriorado en la cubierta ya que tiene casi 50 años. Pese a todo, y tal vez porque a Paris he regresado en muchas ocasiones y todo lo he vuelto a ver y de ello tengo recuerdos más recientes, la parte que ahora quiero resaltar de ese viaje es lo que vino a continuación, que fué el paso por Toulouse y los Pirineos.
Mis amigos vivian en Toulouse cuando yo los conocí, en el verano de 1964, y trasladaron su residencia a Paris varios años después, a causa del
trabajo de Jacques, su padre. Pero en Toulouse continuaban viviendo los abuelos maternos de Yves y Cris, en casa de los cuales pasamos luego una semana. Si en Paris los chavales nos movíamos con libertad, en Toulouse la cosa era similar aunque evidentemente había muchas menos cosas que visitar. La casa de los abuelos era algo asi como lo que hoy llamamos un chalet individual en una urbanización, aunque en aquella zona todas las viviendas eran similares, con un pequeño jardín exterior que daba directamente a la calle. Sus abuelos eran unas personas entrañables, al igual de Giselle, la madre de mis amigos, que a mi me quería yo creo que como futuro yerno, algo que evidentemente nunca llegó a producirse, aunque ella lo ha reconocido hace no muchos años. Por aquellas fechas, Cris era la chica que me gustaba y en aquel viaje a Francia a estar en su casa, cada día junto a ella, había puesto yo muchas esperzanzas, que no resultaron seguramente porque ella tenía ya sus ojos puestos en otra persona. El hecho es que me sentí frustrado en parte.
Y de Toulouse el viaje y estancia francesa se prolongaron una semana más en la casa que los abuelos tenían en Arac, un pequeño pueblecito de los Pirineos, cerca de la ciudad de St. Girons. El lugar estaba en una zona alta, rodeada de otros pueblos más importantes, como Le Port o Massat, y cerca de un pequeño lago (L’ Etang de Lers) lugares todos ellos que pateábamos en nuestros paseos con el abuelo de mis amigos. Recuerdo que fué un mes caluroso,
que en el monte realmente hacía calor y que los tábanos nos acribillaban, a mí especialmente, por lo cual había que estar durante los paseos por el monte siempre provisto de una sudadera para dar poca cancha a mosquitos y tábanos. Posiblemente de estos días de Arac son mis recuerdos más agradables, porque nunca volví por allí y me habría gustado hacerlo. Sé que hace unos cuantos años, ya fallecidos los abuelos, Giselle vendió su casa y ha dejado de ir por allá. Una anécdota de aquellos días, negativa por cierto, es que cuando yo trataba de congraciarme con Cris para que me hiciese un poco de caso, en una ocasión entré al baño de la casa cuando ella estaba dentro, habiéndose olvidado de cerrar la puerta y aunque de inmediato dí marcha atrás, ella se mosqueó más conmigo. No vi nada que le pudiese molestar, pero aumentó su enfado. Allí, en Arac, conocí también a unos primos carnales de Yves y Cris algo mayores que nosotros de los cuales guardo testimonio gráfico y que eran muy agradables, a la vez que ella muy guapa, por cierto.
Tras la estancia en los Pirineos, regresamos a Paris para preparar las maletas y hacer el viaje a España al terminar julio, para ellos disfrutar de sus vacaciones anuales en Santa Cruz, mi lugar de veraneo y donde yo los había conocido años atrás, como ya comenté al inicio. Jacques tenía por aquel entonces un Renault 16, coche que apenas se veía en España y que estaba muy bien valorado. El viaje lo haríamos por carretera, de un tirón desde Paris, y previamente hicimos una parada en Orleans, donde había unas naves de la empresa en la que Jacques trabajaba y donde tenía guardado su nuevo velero, de la clase 420, que nos trajimos a España montado sobre el techo del R-16. De ese viaje de regreso en el que pasamos toda la noche en la carretera, recuerdo que yo venía en el centro del asiento trasero y apenas dormí nada, mientras Cris de un lado e Yves del otro dormían a pierna suelta apoyados cada uno en mis hombros. Recuerdo que paramos a comer en Tordesillas, donde por primera vez probé el gazpacho, que por cierto no me gustó nada aunque reconozco que lo que allí nos sirvieron no se parece en nada a lo que hoy yo tomo habitualmente o al que se puede degustar en cualquier punto de Andalucía.
El viaje terminó en Santa Cruz a última hora de la tarde, donde nos esperaba toda mi familia y los amigos habituales de la pandilla de verano, de los cuales hablaré en otro momento, ya que también mis recuerdos de verano son lo mejor de aquellos años.