El espectáculo del mar

Viviendo en A Coruña, una ciudad completamente rodeada de mar, no es nada extraño que de forma repetitiva nos encontremos que, al pasear junto a la playa o bordeando la costa, tenemos frente a nosotros el fantástico espectáculo del mar batiendo en las rocas, rompiendo sobre la arena de la playa, o en ocasiones sobrepasando los límites habituales de la arena y saltando a la calzada.

Cada año, a partir de estas fechas o incluso antes, se producen temporales que nos hacen mirar al mar de forma inusitada y quedarnos un tanto perplejos ante las batidas de las olas y aunque la mayoría de los coruñeses estamos de sobra familiarizados con esos eventos, suelen ser con más frecuencia los turistas o los foráneos quienes se quedan pasmados viendo el batir de las olas. En la playa de Riazor, la que tenemos más accesible todos los coruñeses, visualizamos cada otoño la preparación de una duna para frenar en lo posible los embates del oleaje, pero un año tras otro resulta casi siempre escasa la protección y hay que recomponerla un par de veces al menos durante el invierno. Y en esta ocasión se ha repetido ese hecho, incluso antes que otras veces.

Pero volviendo a lo que es el espectáculo, hace un par de días en mi paseo bordeando la costa desde la coraza hasta el dique de abrigo tuve la oportunidad de fotografiar repetidamente los lugares donde las embestidas de las olas eran más llamativas y recrearme junto a otros caminantes observando como la espuma saltaba sobre los acantilados amenazando a quien se quisiera acercar en demasía al borde de las rocas.

Ya desde el inicio del paseo, en las ensenadas de Riazor y el Orzán se podía comprobar la bravura del mar y continuando el recorrido hacia la torre, recién superada la playa de matadero (en su día esa zona se conocía como Berbiriana, según supe en fecha reciente), un reducido grupo de intrépidos surfistas desafiaba las inclemencias meteorológicas para disfrutar de su deporte favorito. Eran solo cuatro, y entre ellos uno parecía ser el mejor preparado y quien afrontaba con más seguridad cabalgar sobre las olas.

Un poco más adelante, las rompientes bajo la plaza del reloj también impresionaban. Y ya bordeando el paseo, superado el Aquarium Finisterrae y después de rebasar la playa de las Lapas, cuando empieza la subida hacia la parte posterior de la Torre de Hércules la vista sobre el entrante de la playa y sobre la parte trasera del aquarium, mostraba unas imágenes que no dejaban lugar a dudas sobre la virulencia de las olas.

No obstante, las visiones mas espectaculares estaban por llegar, porque al pasar junto al bloque que está bajo la Torre y que se ocupa de potenciar la señal de las sirenas que avisan a los buques de la proximidad de la costa, empieza ya a verse a lo lejos Punta Herminia, donde la fuerza del oleaje se vislumbraba con mayor intensidad.

Por esa razón opté por dirigirme hacia ese saliente de Punta Herminia, donde sin duda podría valorar de cerca la potencia del mar al romper sobre las rocas. Como quiera que el espectáculo llama la atención de quienes circundan la zona, me encontré con unos ciclistas que tenían interés en dejar constancia de que habían estado allí en esas circunstancias, y poco después también una pareja de turistas que dijeron venir de Sevilla, de los cuales él resultó ser el más aguerrido (mientras ella le recriminaba su acercamiento al límite de las olas), quienes me pidieron que inmortalizase en su móvil el momento. En una de esas embestidas de las olas, la espuma resultante regó al turista sevillano, mientras su pareja le gritaba que se acercase.

Al continuar mi recorrido hacia la zona de los Menhires, tuve la desagradable sorpresa de ver que habían desaparecido los antiguos «cubos» situados en esa península, que imagino que en su día fueron concebidos como lugares para la observación de aves, y de los cuales yo guardaba un gran recuerdo porque al menos en una ocasión me sirvieron como resguardo de una fuerte tromba de agua en uno de mis paseos por la zona, hace ya bastantes años. La verdad es que unos meses atrás escuché en unas noticias en la radio que al parecer se había previsto retirarlo para remodelar esa parte, algo que a mi parecer era totalmente innecesario. Pero como quiera que fue pasando el tiempo y las casetas de madera continuaban allí, pensé que tal vez se había cambiado de planes y nunca serían retiradas. Hoy la visión de la Torre de Hercules desde allí es más diáfana pero mucho mas simple y, personalmente para mi, mucho menos atractiva. Aqui dejo unas imágenes del «antes» y el después». Una pena.

En las rocas próximas a los Menhires también llamaba la atención el choque de las olas y la rompiente en la ensenada próxima, si bien a medida que el mar se adentraba en la bahía, hacia el paseo marítimo era menor la virulencia del oleaje.

En la playa de San Amaro, sin ser tan fuerte el temporal, también se dejaba notar la diferencia entre una jornada normal y un día de mar fuerte. Tal vez lo más llamativo era que, sin estar la marea totalmente alta, el romper de las olas sobre el «teórico embarcadero» hacía que estas sobrepasasen la parte alta volcándose del otro lado, aunque sin alcanzar la zona de paso que bordea al Club del Mar.

A partir de ahí, ya el recorrido por el paseo marítimo se hace mas tranquilo, puesto que el oleaje en esta zona era ahora muy inferior al de otras ocasiones en las que se ve que las olas rompen sobre la escollera del dique de abrigo y puntualmente llegan a superar el borde, saltando al otro lado. No era el caso en estos días, aunque sin duda la fuerza del mar en la bahía hacía que no hubiese a la vista ninguna embarcación, estando todas recogidas en puerto.

El resto del recorrido, de regreso a casa, ya alejado del mar, me animó a recopilar mentalmente las imágenes de todo lo visto, y a tratar de transmitirlo por este medio, para quien quiera leerlo y por si un día a mí mismo me sirve para recordar estos momentos.

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