Como cada año llegando estas fechas, tenemos siempre mucho que celebrar, empezando por el momento en que empezamos nuestra relación, continuando con la fecha de la boda, y terminando con el cumpleaños de Ipi, que coincide además con el de Hugo. Y cada vez que llega febrero preparamos (o mas bien ejecutamos) un viaje previamente estudiado y organizado.
Empezamos la serie en 2010, que nos desplazamos a La Rioja para hacer noche en el hotel Marqués de Riscal, diseñado por Guggenheim. Un año después viajamos a Madrid y luego a conocer el Palacio de Sober. En 2013 lo hicimos coincidir con un viaje a Nueva York, y en 2014 fuimos a Portugal, al Palacio de Vidago. En 2015 hicimos el que quizás fue el más especial, porque combinamos Dubai con Omán y las Maldivas, y posiblemente también el más largo de la serie. En 2016 viajamos a Marrakech, y un año después Soria y el entorno próximo fue nuestro destino. En 2018, esta vez acompañados por nuestros hijos, nos desplazamos a Las Palmas.
Llegado febrero de 2019, en lugar de viajar aprovechamos la fecha para casarnos y reunir en A Coruña a familia y amigos. Y un año después de la boda, por estas fechas viajamos a Madrid para compartir nuestro primer aniversario con los hijos. En el 21 las restricciones de la pandemia nos obligaron a quedar en casa, y llegado el 2022 marchamos a Lanzarote, a tomar algo de sol. El pasado año, en febrero no hicimos un viaje específico porque aprovechamos el regreso de esquiar Rafa y yo para que nuestras chicas nos acompañaran pasando un delicioso fin de semana en San Sebastián.
Y por fin llegamos a este 2024 en el que conseguí convencer a Ipi para ir a Madrid a pasar 5 días y de esa forma aprovechar para que conozca algo la ciudad, ya que aunque durante todos estos años hemos ido allí en varias ocasiones, siempre era coincidiendo con el intermedio de un viaje o para estar con nuestros hijos, y sin la libertad de poder movernos a nuestro aire, visitar museos, y en definitiva que Ipi descubriese la capital con cierta calma y para poder moverse allí con soltura.
Asi pues el 14 de febrero, festividad de San Valentín (sin que al programarlo eso fuera un motivo concreto), nos montamos en un Alvia camino de Madrid, que por cierto llegó con algo más de media hora de retraso. Ya en la capital, marchamos directos al hotel, previo recorrido por un largo periplo en Chamartín hasta llegar a la parada de los taxis, debido a las obras que se ejecutan desde hace años en esa estación de ferrocarril. En el hotel, el Westin Palace, junto al Congreso de los Diputados, nos recibieron estupendamente y nos asignaron una amplísima habitación de las ya reformadas, todo un lujo. La elección del hotel estuvo motivada porque allí nos alojamos cuando en noviembre de 2018 viajamos a Madrid a comunicar a nuestros hijos que nos casaríamos unos meses después.



Después de habernos instalado, comenzamos a recorrer la ciudad, con un amplio y tranquilo paseo por los alrededores del hotel, y más concretamente por el Paseo del Prado, camino de la estación de Atocha, para acercarnos al Museo Reina Sofía, donde habíamos acordado encontrarnos con mi hermana Berta y Ramón, nuestro cuñado, que se habían ofrecido para acompañarnos en algunas de nuestras visitas por la ciudad. Al atravesar la plaza de Carlos V, pasé ante lo que ahora es una tienda de Decathlon, y antes una oficina del antiguo BHA, y que me trajo a la memoria la etapa que pasé trabajando en aquella oficina en 1972 cuando tuve que estar casi dos meses desplazado en Madrid para hacer el curso de oficiales, en el Banco.
El Reina Sofía, al que ya hacía muchos años que yo no acudía, nos resultó un tanto monótono, aunque pudimos volver a contemplar el Guernica y bastantes otras obras de Picasso, de Miró y de otros muchos artistas, aunque no pudimos ver una exposición temporal de Tapies que se inauguraba la semana siguiente. Nos sorprendió ver, cuando salimos, la enorme cola que se había formado a la entrada del museo porque varios días de la semana a partir de las 7 de la tarde el acceso es gratuito.


Al salir del museo fuimos tranquilamente caminando por el Paseo del Prado hacia la Carrera de San Jerónimo, y ya en esta calle nos sorprendió a las 8,00 horas de la tarde un reloj ubicado justo en el edificio que está frente al Hotel Palace, en el que al dar la hora salían al exterior de la ventana una serie de figuras mientras tocaba una conocida melodía. La verdad es que ese reloj seguro que está allí desde hace muchos años y solo Berta y Ramón tenían conocimiento de ello, aunque ninguno de los cuatro había tenido ocasión de admirarlo antes. Continuando hacia la Plaza de Canalejas, vimos iluminado el Congreso de los Diputados.
Al llegar a la plaza pudimos contemplar la gran transformación que ha tenido el edificio que fue la antigua sede principal del Banco Hispano Americano, donde en mi etapa joven estuve numerosas veces por motivos de trabajo. Ahora el edificio ha sido por completo reformado en su interior y alberga un centro comercial de super lujo, con las tiendas de mayor relieve, y en el que curiósamente se conserva la puerta de acceso a la que fue la cámara acorazada del Banco, que aprovechamos para fotografiar. El interior se ha unido al de otro edificio anexo, que tenía su frente y acceso por la calle Alcalá, con lo cual el centro comercial es amplísimo.


De camino hacia la Plaza Mayor contemplamos la cantidad de madrileños y turistas que se movían por la Puerta del Sol, que a lo largo de los años ha ido recibiendo numerosas reformas y en la que también la mayor parte de los edificios están ahora ocupados por importantes marcas comerciales. La antigua sede de la Dirección General de Seguridad la ocupa ahora la presidencia de la Comunidad de Madrid y una gran tienda de Apple ocupa el edificio que tiene a su izquierda la Carrera de San Jerónimo y a su derecha el inicio de la calle Alcalá. Incluso la figura del Oso y el Madroño ha cambiado de ubicación, porque donde estaba antes ahora se sitúa una gran entrada al Metro.
Uno de los objetivos de llegar a la Plaza Mayor era poder degustar el típicamente madrileño «bocata de calamares» (que realmente queda en mal lugar si se le compara con alguno de los que podemos tomar en A Coruña, concretamente en el del Bar Down de la Plaza de Ourense). Para ello, tomamos asiento en una de las terrazas de la Plaza Mayor, donde por cierto se estaba divinamente aunque eran ya más de las 9 de la noche, dado que la temperatura era muy agradable, y desde luego poco típica para estas fechas del año. Terminada esa frugal cena Ramón y Berta cogieron el Metro en Sol y nosotros regresamos tranquilamente al hotel, aunque antes de ir a la habitación nos quedamos un rato a disfrutar del buen ambiente del bar del Palace, tomando una cerveza y un café.
A la mañana siguiente salimos a desayunar tratando de encontrar algún sitio donde tomar unas porras, pero en la cafetería más próxima que encontramos, llamada Granja Blanca, no las tenían, así que hubimos de conformarnos con unos simples churros y tostadas. A pocos metros de la cafetería y del hotel está la iglesia de Jesús de Medinaceli, cuya cúpula por cierto es visible desde nuestra habitación. Parece ser que en esa iglesia se forman largas colas para contemplar y besar la imagen del Cristo, y como ninguno de los dos conocía el templo, entramos a visitarlo. La iglesia estaba vacía, y la verdad es que no nos causó ninguna impresión especial.
Tras el desayuno, comenzamos nuestro periplo de visitas del día, consistente en recorrer el paseo de Recoletos hacia la Castellana. En Cibeles Ipi pudo hacerse una primera idea del cruce de calles, ya que es el punto de partida del Paseo del Prado, Paseo de Recoletos, y que parte en dos la Calle de Alcalá, porque desde allí se divisa en un sentido la Puerta de Alcalá y del contrario el comienzo de la Gran Vía. Con todos los edificios que circundan la plaza, es decir antiguo edificio de Correos ahora ocupado por el Ayuntamiento de Madrid, Casa de America, Banco de España y jardines y edificio del Ministerio de Defensa.



Continuando hacia la Plaza de Colón, en la idea de visitar la exposición de Marc Chagall que acababa de ser inaugurada en el museo de la Fundación Mapfre, nos encontramos con que aunque la apertura de puertas era a las 11 de la mañana, había ya algo de cola, por lo que decidimos continuar hacia el norte para visitar entretanto la Biblioteca Nacional, que ninguno de los dos conocíamos. El edificio que alberga numerosas joyas de nuestra literatura apenas puede ser visitado más que en su entrada y algunas salas, salvo que hayas solicitado autorización para consultar obras concretas que te den acceso a la sala de la biblioteca, si estás preparando una tesis doctoral o algo similar. En esta ocasión estaba abierta al público una exposición de manuscritos Persas de varios siglos atrás, en la que pudimos observar ejemplares magníficos procedentes de antiguos exploradores y viajeros españoles por aquellas tierras.



Terminada la visita a la biblioteca, que nos causó una grata impresión, retornamos al museo Mapfre, para comprobar que la cola, ahora en el interior, había aumentado y solo despachaban entradas para visitas a partir de la una de la tarde, por lo que decidimos dejarla por el momento hasta saber si Berta y Ramón, que habían quedado con nosotros para más tarde, estaban interesados en asistir también. De modo que continuamos hacia el norte, pasando por la Plaza de Colón e iniciando el Paseo de la Castellana, donde poco más adelante nos topamos con los edificios del Hotel Villamagna y el contiguo, con acceso por la calle de Serrano, del que en su día era el edificio del BHA donde se ubicaban los departamentos de extranjero, y donde yo trabajé en el Departamento de Relaciones Exteriores durante 14 meses entre los años 1974 y 1975, lo que me hizo recordar lo «madurito» que soy porque desde aquella estancia mía en Madrid han pasado ya 50 años.
Continuando Castellana arriba, decidimos ir a visitar el Museo Sorolla donde más tarde se reunirían con nosotros Berta y Ramón. El museo está ubicado en la que fue la casa del pintor, que tiene en su exterior unos bonitos jardines con fuentes, y que guarda una gran parte de las obras que pintó a lo largo de su vida. Allí se guardan además numerosos recuerdos que fue atesorando, sus útiles de pintor, y hay una extensa colección de las obras y borradores utilizados para los frescos que le fueron encargados por Archer Milton Huntington para la Hispanic Society de Nueva York, donde se representan escenas de las diferentes regiones españolas y que este año, con motivo de su centenario, dió lugar a numerosas exposiciones en diferentes ciudades (una de ellas en A Coruña), bajo el título de Sorolla, viajar par pintar.



Al terminar la visita, que hicimos con bastante agilidad debido a la hora, y ya reunidos con mi hermana y su marido, decidimos caminar hasta el restaurante Bistronómika, en la calle Ibiza, donde yo había reservado para comer. La verdad es que aunque pensamos que 45 minutos caminando hasta el restaurante nos iba a sentar como preparación para la comida, comenzó a llover, al principio de forma tenue pero poco a poco la lluvia se fue incrementando y terminamos caminando deprisa para no mojarnos demasiado, ya que solo había un paraguas (que utilizamos Ramón y yo) mientras las chicas, equipadas con capucha, poco a poco se fueron remojando más de lo necesario.
La elección del restaurante había sido un cierto «caprichín» mío, porque meses atrás el cocinero de Bistronómika participó junto con Alvaro, su homólogo del Charlatán en una cena-maridaje a cuatro manos en el restaurante Charlatán, a la que asistimos mi amigo Rafa y yo, de la que guardamos un excelente recuerdo. Sin embargo en esta ocasión la comida nos dejó un cierto sabor amargo porque, sin estar mal, no estuvo a la altura de lo esperado, tanto en los platos que nos sirvieron como en la presentación de los mismos, y ello sin contar el ambiente, ya que fuimos los únicos comensales en el restaurante en ese día.
Terminada la comida, como en ese momento no llovía, decidimos caminar a través de los Jardines del Retiro en dirección a Cibeles, puesto que había conseguido reservar, por internet, entradas para los cuatro al museo de la fundación Mapfre para las 18,45 h. De camino hacia allí, al llegar a Cibeles intentamos también conseguir entradas para la exposición de Monet en el edificio del ayuntamiento, pero ya no nos daba tiempo y optamos por esperar la hora de nuestras entradas a la exposición de Marc Chagall tomando un refresco en el Café Gijón, ubicado a pocos metros de la fundación. Para esa hora ya había comenzado a llover de nuevo.


La exposición de Chagall resultó muy interesante. Había mucha gente, pero no resultaba agobiante. Ipi dice que le faltó tiempo y que hubiese deseado disponer de más calma para entender bien la obra, pero los demás quedamos satisfechos con lo visto. Y aunque le sugerí volver al día siguiente, tampoco se trataba de eso, así que se informará más desde Coruña sobre el pintor.



Por otra parte, tampoco podíamos extendernos más de una hora porque a las 8 de la tarde teníamos entradas para ver en el teatro del Centro Cultural de la Villa (situado en los bajos de la plaza de Colón) «La Regenta» estrenada pocos días antes y que es la primera vez que esa obra de Leopoldo Alas Clarín se representa en un escenario teatral. La sala estaba prácticamente llena, y a ambos nos agradó un montón.
Al terminar el teatro decidimos regresar tranquilamente hacia el hotel, caminando por Recoletos y Paseo del Prado para repetir, al igual que la noche anterior, un paso por el bar del Palace antes de subir a la habitación. Desde allí intenté conseguir «on line» entradas para la exposición de Monet para alguno de los dos días siguientes, pero me encontré con que viernes, sábado y domingo estaban ya todas agotadas, al igual que para los mismos días de la semana siguiente. Es Madrid, que durante los fines de semana está al completo en museos, teatros, etc. y además por cualquier parte de la ciudad te topas con numerosos grupos de visitantes foráneos y también madrileños.
El programa del viernes era «completito» porque nos habíamos comprometido para comer en casa de Cuca y Lalo, unos amigos que viven en la capital; además por la tarde teníamos entradas para un musical y a la noche cena en Txistu con herman@s y cuñad@s. Y como además había que seguir visitando cosas, empezamos por un paseo hacia Los Jerónimos, pasando por los alrededores del Museo del Prado, donde ya, a primera hora, había cola de visitantes.


De ahí continuamos hacia el norte, en esta ocasión recorriendo la avenida de Alfonso XII, bordeando el Retiro hacia la Puerta de Alcalá, y pasando frenter al Cason del Buen Retiro, para continuar por la calle Serrano, siempre en dirección norte, pasando por Colón y para terminar en la zona de El Viso, donde estaba el segundo objetivo del día, que no era otro que la Residencia de Estudiantes, en la calle Pinar, para seguir el rastro de Lorca. Fue una ocurrencia de Pilar, que tenía ganas de conocer los pormenores del lugar donde Federico se había alojado. Como no había visitas guiadas, hubimos de conformarnos con ver el recinto y visualizar desde fuera una habitación «tipo» de las que los estudiantes usaban. Por allí pasaron en aquellos años (antes de 1936, año en que se cerró) artistas como Dalí, Buñuel, Severo Ochoa, el propio Lorca y otros muchos menos conocidos.



De camino hacia la casa de nuestros amigos, pasamos primero por la calle Claudio Coello, e hicimos una parada frente al colegio a cuyo patio cayó el coche de Carrero Blanco cuando en 1973 fue objeto del atentado de ETA. Hay sendas placas en la pared recordando el atentado y la muerte de los policías que acompañaban al entonces Presidente del Gobierno.


Y un poco más adelante, al atravesar la calle Juan Bravo, recordé la casa donde yo vivía durante esos 14 meses que estuve en Madrid entre los años 1974 y 1975 y no pude dejar de recordar mi estancia de aquellos intensos meses, cuando compartía la jornada entre el horario del Banco, la asistencia a las clases de Económicas en la universidad, en Somosaguas, y mis vivencias en general en la capital. Aproveché para fotografiar el edificio donde tenía alquilada una habitación, y en definitiva hice memoria de aquel tiempo, con lo que al final casi ha resultado que este viaje, programado para que Ipi conociese un poco Madrid, ha servido para rememorar yo aquella época hoy tan lejana.
Puntuales a nuestra cita, llegamos a la casa de nuestros amigos Cuca y Lalo, donde nos encontramos también con su hija Elena, que además es ahijada de Ipi. Tuvimos una amena comida y al término de la misma hicimos un brindis para que no pase tanto tiempo hasta que volvamos a coincidir en un viaje, porque con estos amigos y con Rafa y Elena ya habíamos estado hace ahora 14 años en Pedraza, cuando asistimos al Concierto de las Velas, y posteriormente en Sevilla, años después, cuando nos invitaron a su caseta en la Feria de Abril. En cualquier caso, habíamos acordado ya que cenaríamos la noche siguiente en un restaurante del centro de la capital.
Regresados al hotel, siempre paseando y descubriendo nuevas calles, hicimos un pequeño descanso para ir luego al Teatro Apolo a ver el musical Chicago, para el cual había reservado entradas Ramón tanto para nosotros como para mi hermano Paco y mi cuñada Elva, que ese finde coincidían también en Madrid. Y a la hora convenida nos encontramos los seis frente a la puerta del teatro. El musical estuvo bien, a juicio de la mayoría, aunque a Ipi y a mi nos dejó un tanto indiferentes. Es cierto que los músicos y los actores eran francamente buenos, pero a mi modo de ver falla en la ausencia de un argumento sólido. Hay que decir también que yo no soy un admirador de los musicales.


Al finalizar la representación, sobre las 11 de la noche, salimos escopetados para conseguir sendos taxis que nos llevasen hasta el Mesón Txistu, donde estaba reservada la cena para media hora después.
El local estaba lleno cuando llegamos y la cena estuvo bien. Paco había elegido el sitio porque quería un restaurante donde se come en plan «clásico», es decir cocina tradicional. Es un referente en carnes y, entre otras cosas, nos echamos al cuerpo dos buenos chuletones, marca de la casa, mientras Elva y Berta optaron por una merluza rellena. En fin, tuvimos una cena familiar, invitación nuestra por tratarse de nuestro aniversario. Y dado lo avanzado de la hora, esta vez el regreso al hotel lo hicimos en taxi, después de dejar a Paco y Elva en el suyo.
Para desayunar el sábado seguimos buscando un lugar donde comer porras, y lo encontramos al inicio de la calle del Prado, muy cerca del hotel, para seguir después nuestro recorrido hacia la Puerta del Sol por las calles del centro y con una parada en un comercio (Loué) del que David le había hablado a Ipi, en la calle Virgen de los Peligros entre Alcalá y la Gran Vía, para continuar después por la calle Mayor hasta llegar a la Almudena. Nos encontramos con numerosos grupos de turistas que hacían recorridos «free tour» lo que confirmaba mi comentario anterior de que en los fines de semana el paisaje ciudadano cambia de forma ostensible.

Ya dentro de la catedral de Madrid, donde los visitantes eran numerosos, hicimos un recorrido por el interior del templo en el que yo había ya estado años atrás cuando se ofició la boda de Ana Vargas, en mis años jóvenes. La Almudena no tiene grandes cosas que ver, la verdad, e incluso la Cripta, a la que fuimos posteriormente, tiene casi más interés. En todo caso era una visita obligada y por esa razón la hicimos, pensando en mis pretensiones de que Ipi conozca un poco más a fondo Madrid.


Otra de las ideas que yo tenía para esa mañana era visitar el Palacio Real, pero nos encontramos con que la cola para acceder al mismo era impresionante, con lo que decidimos dejarlo para otra oportunidad y aunque dimos una vuelta por la explanada exterior, terminamos enfilando la calle Bailén para dirigirnos a la Plaza de España.

Recordaba Ipi que la última vez que pasamos por allí fue en 2020, poco antes del inicio de la pandemia, cuando habíamos estado en Madrid celebrando nuestro primer aniversario con los chavales. Entonces la calle Bailén estaba en obras, con la reforma de todo el entorno de la Plaza de Oriente.


En la Plaza de España hicimos un corto recorrido, recordando allí tambien mis últimos días de residente en la capital, antes de regresar a Galicia tras mi paso del BHA al Banco Occidental, cuyo edificio central se encontraba entonces frente a la estatua ubicada en el centro de la plaza, y donde pasé mis primeros días en ese Banco conociendo su funcionamiento en abril de 1974. Recuerdos de otros tiempos, que me venían a la mente circulando por diferentes zonas de la ciudad.
Desde la plaza, tomamos la Gran Vía para subir hasta Callao. Nos habían comentado Berta y Ramón que valía la pena visitar el interior de la tienda de Primark para ver la cúpula. Y lo que yo creía que era ese edificio (el antiguo Cine Avenida), resultó que ahora es Uniclo. Así que por una vez Ipi entró a un comercio con la idea de realmente comprar algo, sin dejarlo para otra ocasión. El resultado fue que salió con un chaleco, una cazadora y hasta un pequeño bolso. Desde allí atravesamos la Gran Vía para finalmente entrar a Primark, que ocupa el edificio del antiguo Sepu, de la década de los 70.
Pero antes de atravesar la calle, entramos en La Casa del Libro, a petición de Ipi, que quería buscar una publicación reciente que resultó ser «La Llamada» , de Leila Guerriero, una periodista argentina que semanalmente tiene una columna en el programa «A Vivir que son dos días» de la SER, libro sobre el que yo había manifestado un cierto interés al conocer su publicación, y que Ipi quería comprar, yo imaginaba que para ella, pero que en realidad era para regalármelo. En fin, que nos vinimos con el libro.
Paseamos a continuación por la calle Fuencarral, muy animada a esas horas del sábado, ya cerca de la hora de comer. Y puesto que teníamos predisposición a comprar, yo aproveché para adquirir una americana, aprovechando el final de las rebajas. El siguiente paso fue la comida, que hicimos en un cafe-restaurante de la zona llamado «El 3 de Galdós» por el nombre de la calle donde está ubicado. Hicimos una comida ligera porque para esa noche teníamos concertada una cena con Cuca y Lalo en un restaurante del centro.



Y pensando en la cena, con ánimo de tomar un descanso antes de volver a salir a la tarde-noche, nos fuimos al hotel a disfrutar un poco de las instalaciones del Palace, y más en concreto para tomar un digestivo en la preciosa cafetería coronada por la cúpula. Allí estuvimos un buen rato recordando el momento en que, cinco años atrás, grabamos el video que mandamos a los amigos para invitarlos a nuestra boda.
Para la cena Lalo reservó en el restaurante Saddle, un lujoso local que en otro tiempo estuvo ocupado por el antiguo Jockey. Está ubicado en una paralela a la Castellana, justo detrás de lo que en su día fue la sede de la Presidencia del Gobierno, en Castellana 3. Es uno de los lugares de los que se dice que son habituales de la «jet set» de Madrid. Nuestra mesa quedaba justo frente al gran ventanal a través del cual se divisa la cocina, con lo que podíamos observar las evoluciones de los chefs. En cualquier caso, cenamos divinamente y terminamos la velada con unas copas en el propio restaurante. Y como la noche estaba agradable, vuelta al hotel caminando.
El domingo ya tocaba recoger, por lo cual preparamos las maletas antes de salir al desayuno, y las dejamos en la consigna del hotel hasta la hora en que Ramón nos vendría a buscar, puesto que nos habían invitado a comer en su casa, para acompañarnos por la tarde a la estación de Chamartín.
Para esta última jornada habíamos dejado un paseo por el barrio de las Letras, partiendo desde el Palace por la calle del Prado hacia la plaza de Santa Ana, donde Ipi quiso fotografiarse junto a la estatua allí levantada en recuerdo de Federico García Lorca. Continuamos luego hasta la Plaza Mayor y Teatro Real tras pasar por el Arco de cuchilleros y hacer una breve visita al Mercado de San Miguel, ahora parcialmente en obras.


Y desde allí, nuevamente recorrido Gran Vía hacia arriba para buscar la Plaza de Las Descalzas, donde se encuentra el Monasterio de las Descalzas Reales, del siglo XVI, y frente al cual desde hace algo más de un año se ubica el Edition Madrid, que visitamos por su interior y que nos gustó tanto o mas que el de Barcelona. Nos auto-prometimos que cuando podamos iremos a pasar allí al menos una noche en un futuro viaje a la capital.



Y ya desde las Descalzas fuimos a buscar la iglesia de los Alemanes, oficialmente iglesia de San Antonio de los Alemanes, una iglesia barroca del siglo XVII, de la que nos habían dicho que valía la pena visitar por los preciosos frescos con que está decorado todo su interior. Está del otro lado de la Gran Via, haciendo esquina a la calle Puebla. Cuando llegamos empezaba la misa de las 12 por lo cual optamos por dar un paseo y esperar al final para poder verla con cierta tranquilidad. Y como quiera que las visitas ya no estaban permitidas a partir de esa hora, no nos quedó mas remedio que entrar cuando la misa estaba a punto de terminar para poder verla como un fiel más durante la celebración. La verdad es que valió la pena el desplazamiento y la espera posterior, porque es realmente bonita.



Desde allí regreso directo al hotel para estar puntuales a la hora prevista de la llegada de Ramón, aunque luego la realidad hizo que tuviésemos que esperar, ya que una manifestación frente al Congreso de los Diputados impedía el acceso de vehículos en aquella zona. Tuvimos que esperar a que la manifestación comenzara su desplazamiento hacia la estación de Atocha para poder salir con las maletas, porque Ramón había conseguido acercarse hasta donde está el edificio de la Bolsa y desde allí ya no tenía forma de llegar con el coche hasta el hotel. O sea, que no nos quedó mas remedio que cruzar el Paseo del Prado con las maletas hasta encontrarnos con Ramón. Una peripecia de las que los madrileños deben estar bastante habituados habida cuenta de la cantidad de manifestaciones que se producen en la capital de forma reiterada.
Ya en San Sebastián de los Reyes, en casa de Ramón y Berta, tuvimos una agradable y tranquila comida y descansamos hasta la hora de ir a la estación para viajar de regreso a casa. Añadimos a nuestro equipaje unas cuantas naranjas de Viandar, que ellos habían recogido en un reciente viaje al pueblo, y un lote de limones procedentes de su huerta de Denia. Todo para degustar ya nosotros en casa.
Y de esta forma dimos por finalizado nuestro periplo aniversario, consiguiendo ya que Ipi pueda moverse con cierta soltura por la capital, y habiendo yo rememorado muchos momentos de mi etapa madrileña de hace 50 años.






























Pues leído lo que visteis, es bastante impresionante.
Saludos
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Manu, muchas gracias por el paseo.
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Me encantó. Te admiro por lo bien que relatas los viajes. Enhorabuena
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