Una escapada entre semana

Zamora es una ciudad a la que desde hace años debíamos una visita, porque Ipi no la conocía y aunque yo estuve por allí hace año y medio, cuando hicimos un tramo del Camino de la Plata, tampoco en esa ocasión dispusimos de mucho tiempo para visitar lo mas importante. Además para ambos teníamos también pendiente ir a Toro, una localidad que ninguno de los dos conocíamos.

Por otra parte, y además de esas primeras consideraciones, en junio pasado teníamos comprometida una visita «cultural» dentro del programa del Imserso, viaje que hubimos de anular a raiz de la operación de hombro de Ipi un par de semanas antes. En esa ocasión compartíamos viaje con Rafa y Elena, y aunque ellos fueron nosotros nos quedamos en casa.

Así las cosas, y teniendo en cuenta que ahora comienzan las actividades más o menos permanentes (forum, cursos de universidad, clubes de lecturas, escuela de idiomas, conciertos, teatro, etc, etc..) decidimos de un día para otro que podía ser una buena ocasión para escapar a Zamora y Toro, regresando a tiempo para no perder la obra de teatro del viernes, que además era una representación de El Brujo.

Partimos, por tanto, el miércoles día 1 de octubre con rumbo directo a Zamora, a donde llegamos después de cuatro horas de viaje. Un viaje cómodo y tranquilo, con buen tiempo. Y poco después de las 12 de la mañana comenzamos la visita de la ciudad, encontrando de entrada que la catedral, uno de los principales monumentos a ver, estaba cerrada porque están con el montaje de Las Edades del Hombre, que este año se presenta allí. Además de recorrer la catedral por fuera, teníamos por allí la llamada Casa del Cid, y un poco más abajo un mirador desde el que se observa una buena perspectiva del Duero, con las Aceñas más abajo.

Las Aceñas son una variante de los «muiños» de los rios que además de utilizarse para moler el grano en su tiempo, sirvieron para trabajar otros elementos, con estructuras de madera preparadas al efecto en cada uno de los tres molinos que como queda dicho allí se han denominado Aceñas. He sabido hoy, además, que por aqui también se les llama «aceas».

De esa parte baja, volvimos a subir al centro, rodeando la catedral para dirigirnos al castillo, que en realidad es un esqueleto de lo que fue en su día una gran construcción que domina toda la ciudad. Ahora el interior se reduce a una serie de columnas que divide los espacios interiores, todo ello sin techo, pero que se ve que en su momento tuvo una importancia vital. Al pasar junto a la iglesia de San Cipriano, me encontré con el Albergue de Peregrinos, en el que nos alojamos nosotros en el ya comentado recorrido por el Camino de la Plata, en abril del pasado año.

Nos dirigimos desde ahí hacia la Plaza Mayor, donde se encuentran el Ayuntamiento Viejo, hoy sede de la policía municipal, y el moderno ayuntamiento. Entre ambos, la iglesia de San Juan de Puerta Nueva, que no pudimos visitar porque a esa hora estaba cerrada. Junto a la iglesia, en la terraza del restaurante Agape comimos algo, sin excedernos porque queríamos reservarnos para la cena. Allí comí un plato casero, garbanzos a la marinera, que estaba buenísimo. En principio pretendimos ir al restaurante El Colmado, un par de edificios más adelante, del que yo guardaba el buen recuerdo de la cena que hicimos allí el grupo de peregrinos que hicimos el Camino de la Plata hace un año y medio, pero iban a cerrar y ya no quisieron servirnos.

Terminada la comida iniciamos el paseo de recorrido por las calles adyacentes donde se encuentran la mayor parte de las casas modernistas que francamente están muy bien conservadas. También por esa zona se ubican las iglesias más interesantes y que pudimos visitar a partir de las 5 de la tarde, hora de apertura de la mayoría de ellas.

Aprovechamos también para comprar queso y chorizo de Zamora, que nos recordaron a los surtidos que nos ponía Manolo, en A Toquera, cuando alguna tarde nos acercamos a disfrutar de las vistas de su terraza.

Terminado nuestro recorrido por la capital, volvimos al coche para aprovechar el final de la tarde en el alojamiento elegido para esa ocasión, que no era otro que el Castillo del Buen Amor, de excelente recuerdo del peregrinaje de 2024, y al que yo me había comprometido a llevar a Ipi en alguna ocasión, y esta era la más adecuada. En principio quise reservar ahi las dos noches, pero resultó que el segundo día estaba completo, por lo cual tuvimos que buscar otra parada para el día siguiente, en Toro.

El Castillo sigue teniendo el mismo encanto de la vez anterior, y en esta ocasión cogimos una habitación con mejores vistas, situado en un plano más alto. Como llegamos a buena hora tuvimos la oportunidad de hacer un recorrido completo, subiendo a lo alto de la torre para desde allí poder disfrutar de la puesta de sol.

Para cenar bajamos al restaurante y allí elegimos un surtido de platos de la zona. El servicio, como siempre, muy bueno y el menú seleccionado, también perfecto. El comedor no estaba abarrotado, pero sí que se habían cubierto la mayor parte de las mesas, en todos los casos parejas excepto en una mesa ocupada por alguien que imagino yo que era un peregrino. A la mañana siguiente, desayunamos también en el mismo comedor y repitieron la mayor parte de comensales, más un grupo numeroso que posiblemente también estuvieran caminando.

Para proseguir nuestro recorrido habíamos decidido, a sugerencia de Ipi, acercarnos a los Arribes del Duero que no estaban demasiado lejos. Reservamos para hacer un recorrido por el río en catamarán que resultó interesante, no solo por la belleza del recorrido sino también porque la guía nos fue informado de las actividades que se llevan a cabo desde el punto de vista de investigación sobre la fauna y flora del entorno y del propio río. En el recorrido de ida y en el de regreso al punto de partida pudimos observar una garza real y varios ejemplares de buitres leonados y aguilas reales, en vuelo y posados sobre las rocas.

Puesto que el río divide España y Portugal, tuvimos la ocasión de subir en el lado portugués a la localidad de Miranda do Douro, desde cuyo mirador se pueden contemplar excelentes vistas del entorno.

Continuando nuestra ruta, nos acercamos luego a Fermoselle, para algunos la capital de los Arribes del Duero y para otros «balcón del Duero», un pueblo que aparentemente tenía muchas cosas que ver, pero que al final no fueron tantas. Hicimos un recorrido por algunas de sus calles, casi todas muy empinadas y subimos hasta un mirador desde donde se contempla la mayor parte del pueblo. Una de las cosas más interesantes eran las bodegas, pero que a esas horas estaban cerradas, al igual que la iglesia de la Asunción, principal monumento de la localidad. Además del corto recorrido hicimos una parada en la plaza mayor, frente al ayuntamiento, para tomar una caña y una mínima tapa ya que pretendíamos reservarnos para una buena cena en Toro.

Y desde allí, directamente nos fuimos a Toro, población que desde hace años queríamos visitar, y de la que siempre habíamos tenido informaciones atractivas. El alojamiento donde hicimos la reserva era una suerte de vivienda turística, situada en el mismo centro de la localidad, y con un amplio patio en el que pudimos aparcar. La habitación, muy cuidada, y los propietarios encantadores. tienen además un establecimiento de venta de productos alimenticios y flores. Juan, el propietario, nos informó de los mejores lugares para ir a cenar, para comprar productos de allí, y nos facilitó amplia información sobre las visitas imprescindibles.

Después de instalarnos tuvimos todavía tiempo para hacer un recorrido por el pueblo, visitando la joya de la localidad que es la Colegiata, en la que entre muchas cosas de interés destaca el claustro que recuerda al de la catedral de Tudela en algunos aspectos, y que mantiene el color original. De camino a la Colegiata, pasamos por la oficina de turismo del ayuntamiento para recabar información y ya de paso hicimos la reserva para una visita guiada por el pueblo a la mañana siguiente.

Para cenar no pudimos ir al restaurante que inicialmente Juan nos aconsejó, porque estaba cerrado por vacaciones. No obstante, justo al lado estaba la Cafetería Imperial, en cuya terraza pudimos hacer una degustación de platos típicos mientras disfrutábamos al aire libre de la excelente temperatura nocturna.

Como tras la cena nada había que hacer por allí, ya que pocos restaurante o cafeterías estaban abiertos, nos retiramos pronto al alojamiento, y porque además la jornada del siguiente día estaba un tanto apretada, porque las visitas debíamos hacerlas durante la mañana para poder hacer el camino de regreso tras la comida, puesto que al final del día nos esperaba en A Coruña una obra de teatro y la cena de los viernes con el grupo de amigos.

Asi pues, el viernes día 3 salimos pronto a la calle para desayunar en el lugar que Juan nos recomendó, y desde allí hacer un recorrido por Toro hasta el Monasterio de Sancti Spiritus, fundado con el dinero que doña Teresa Gil dejó para ello en 1307 y cuya primera piedra colocó Maria de Molina, reina y señora de Toro. Allí se aloja el Museo de Arte Sacro, con importantes esculturas y pinturas en su interior. Hay que decir que esta población tuvo en su día una gran importancia por su ubicación y por las relaciones entre los reinos de Castilla y de Portugal. En el monasterio todavía se mantienen unas cuantas monjas de clausura.

Tras la visita al monasterio, una parada para observar los barrancos sobre los que está ubicada la localidad y un recorrido rápido por las cinco iglesias que componen el recorrido artístico de Toro. En la mayor parte ya no hay culto y solo se ubican en ellas una parte del numeroso e importante patrimonio artístico de la ciudad. Y para completar el capítulo de visitas, la concertada con la oficina de turismo, que consistía en un recorrido por las calles de Toro, para ver con calma la plaza de toros, que resulta ser una de las más antiguas de España y que nos mostraron con todo detalle, incluyendo los interiores (toriles, chiqueros, etc.) hasta terminar con la entrada a una antigua bodega en una de las calles más céntricas de la localidad, que ahora es patrimonio municipal y que recoge las particularidades de las más antiguas, con prensa, lagar, etc. Solo echamos en falta la degustación de un vino.

Y con eso completamos nuestro periplo de casi tres jornadas por la zona, ya que solo nos restó volver a la cafeteria Imperial a tomar unas tapas que nos permitiesen viajar de regreso a casa con los estómagos ligeros y llegar a tiempo para completar la jornada con los compromisos de teatro y cena ya en A Coruña.

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